miércoles, 10 de agosto de 2011

Caminito de Jerez


Qué lío en Santa Elena: bueno, al final pude hablar con Rebeca, que se había enfadado conmigo porque yo creía que se había metido en un mundo paralelo y lo que le pasó fue que la pusieron en un altar para sacrificarla. ¡Qué miedo! Claro, y como se había enfadado, me dijo que si se moría, buscaría a mi difunto en el otro mundo para ponerme los cuernos con él. Pero yo creo que lo dijo de broma aunque vete a saber, como es insaciable... De todos modos, ya vigilaré lo que pueda para que no se muera. Y a Blanca ¡qué diver! le han sacado el mote de la Matagigantes porque mató dos monstruos.
Pues eso, estamos en Santa Elena con los moteros y los jefes, con Hidalgo a caballo, empiezan a repartir armas y a mandar a la gente para aquí y para allá. A nosotras nos dieron unos pistolones grandiosos, como los que saca Rambo al final, cuando se enfada de verdad y dice aquello de ¡Se ha acabado tanta tontería! Y disparaban una balas que se llaman dum-dum, que entran en el cuerpo del enemigo y explotan dentro. Bueno, pues nos mandan por unos caminos en medio de los arbustos, nosotras a pie, que el BMW yo no lo quería meter por allí para no rayarlo, y de pronto empiezan.a aparecer unos lagartos grandiosos, que no me acuerdo del nombre y que andaban a dos patas y llevaban unas cadenas muy largas adornadas con lo que parecían calaveras de otros monstruos. Y de repente el acabóse, que empiezan a verse volar moteros por los aires, y motos vacías que al caer explotaban y quemaban los arbustos y nosotras venga a disparar a los monstruos, que los dejábamos con unos boquetes que para qué. Hasta que nos encontramos una Harley tirada sin su motero, la levantamos entre las dos, la arrancamos, se pone Rosario de paquete para disparar y nos metemos por entre los monstruos. Y cada vez que Rosario disparaba, con el retroceso, la moto saltaba dos metros hacia atrás. Bueno y por poco no atropello a unos que aparecieron no se sabe de dónde y que iban vestidos de color azafrán como los dalailamas, pero se pusieron a levitar y, desde el aire, daban patadas de kungfú a los lagartos.
Pues el follón, que parecía el fin del mundo todo lleno de humo y oliendo a pólvora y nosotras atravesando llamas con la moto, se acabó cuando empezaron a dar voces de que nos retirábamos hacia El Carpio, un pueblo de Córdoba, porque había muchos heridos y había que curarlos y reagrupar las fuerzas. Para allá que nos fuimos con la Harley dejando abandonado el BMW porque tal como estaba la autovía...
Nos estamos un día allí en el polideportivo del Carpio y entonces deciden que vamos a montar otra batalla en Jerez o en Tarifa; yo no digo ni pío pero, vamos a ver, si los monstruos nos hacen retroceder allí, ¿qué hacemos, coger pateras y huir a Marruecos? ¿No era mejor ir a Ayamonte, cruzar el puente del Guadiana, volarlo y esperar al enemigo al otro lado, en Portugal? Bueno, ellos sabrán.
Pues nada, nosotras hacia Jerez parando de vez en cuando y, con una manguerita que teníamos, hacíamos sifones para llenar de gasolina el depósito con la de los coches abandonados. ¡Qué destrozo en Écija, que es una ciudad llena de torres de iglesias y no quedaba ni una torre porque las habrían destrozado los pajarracos! Llegamos a Sevilla y se conoce que me lié en la S-30. Porque salimos de Sevilla por una autovía y, al llegar a un desvío que lleva a un pueblo que se llama Bolullos par del Condado, veo que de cara vienen camiones con banderas portuguesas y llenos de gente cantando lo de Grândola vila morena. Me salto la mediana de la autovía, los paro y les pregunto a dónde van:
-Pra Jerez, à procura do nosso fado.


Que sólo entendí lo de Jerez; les dije que Jerez era por el otro lado, ellos que no y entonces me di cuenta de que era yo la que andaba equivocada. Damos la vuelta, volvemos a Sevilla y hacia Jerez por la autopista de Cádiz.
Llegamos a Jerez y me digo: le voy a presentar mis respetos a Ruiz Mateos, que soy muy forofa suya. Y nos metemos por las calles, buscamos las bodegas más grandes, nos metemos y no veas lo que encontramos dentro. Eran tan grandes las bodegas que había por lo menos mil soldados vestidos de legionarios, con su cabra y todo, haciendo maniobras; y Ruiz Mateos dando voces y repartiendo órdenes:
-Buenos días, señor don José María. Somos Pilar y Rosario.
-A sus pies señoras.
-Y esto qué es.
-Pues que con un dinerillo que tenía por ahí he organizado un pequeño ejército contra el mal. A ver si así en este país me perdonan de una vez todos los desastres que he hecho.

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