Nos hemos despertado pasadas las doce y con una resaca que tengo la cabeza como una olla llena de grillos. A ver si lo sé contar: que resulta que ayer, después de lo que expliqué de que paramos en Aranjuez a comer, seguimos viaje hacia Despeñaperros por la autovía de Andalucía y sorteando todos los coches tirados por en medio como habíamos hecho por la mañana. Y serían las siete que ya estaba cansada de conducir. Total, que al pasar Valdepeñas veo un cartel que indica un hotel en una vía de servicio, nos metemos y el hotel estaba cerrado a cal y canto. Pero todo desierto, que no se veía un alma; pues voy y, como tenía ganas de coger una cama y echarme a dormir, me digo: para poder entrar, le voy a hacer un alunizaje como dice el telediario que hacen los que roban joyerías. Le digo a Rosario: tú espérame aquí un momentito.
Vuelvo andando a la autopista y busco un coche porque, aunque un camión era mejor, no le entiendo el cambio de marchas. Y encuentro un Mercedes Benz Kompressor con la puerta abierta y las llaves puestas, el coche ideal, que una no se sube así como así a un coche coreano. Lo pongo en marcha, lo llevo hasta la puerta del hotel y le bajo las ventanillas porque, previsora que soy, si se disparaba el airbag, salían gases que vete tú a saber. Lo acelero y Rosario que se pone:
-¿Qué va a hacer usted señora Pilar?
Pero yo ya había reventado la puerta del hotel. Y en esto que me veo llegar un montón de moteros con unas pintas que sólo de verlos ya me daba por violada. Pero no, que aunque venían con chalecos de cuero y vestidos de negro, eran unos chicos educados que hasta sabían hablar de usted. Como que me viene el jefe, que llevaba una rubia detrás y después hicimos mucha amistad, y me dice:
-¿Se puede saber qué hace, señora?
-Pues romper la puerta para entrar a dormir. ¿Y vosotros, qué buscáis?
-Se nos ha acabado la priva y andábamos a ver si pillábamos birriquis.
Y hablaba así, a lo madrileño.
-Si se hubiera esperado un minuto, ya le hubiéramos abierto nosotros con las cadenas.
Y sí, llevaban unas cadenas metálicas alrededor del cuello que daba miedo. Le pregunto:
-¿Y eso para qué es?
-¿Usted no ha oído hablar de la gran batalla? Todos los moteros de Europa van a bajar a Andalucía. Incluso los que llevan motos japonesas, que les vamos a permitir el paso.
Claro, que eso no lo he dicho, que las motos que llevaban eran Harleys, el sueño de mi difunto, que siempre me decía: Pilar, cuando me jubile, compramos una Harley y nos vamos a recorrer el mundo. Pero no pudo cumplir su sueño porque el pobrecico se me quedó un día entre los brazos mientras hacíamos uso del matrimonio.
Claro, con eso yo andaba muy tierna. Más aún cuando entramos al hotel, asaltan el bar y ese chico, que se llamaba Choni, dice:
-Antes de tocar nada, que estas señoras -que éramos Rosario y yo- escojan lo que quieran.
Yo, por supuesto, le dije que me guardaran una botella de anís. Me fui con Choni a un sofá, estuvimos hablando y me contó muchas cosas, que si eran de Madrid y habían visto cómo atacaban millones de pájaros; que ese día estaban en el bar bebiendo cerveza y habían salido corriendo con las motos hasta meterse en el metro; que habían estado más de 10 días viviendo en los túneles; y que habían oído hablar de la gran batalla y que iban para allá.
Bueno, y él andaba con una botella de Chivas 24 y yo con otra de Chinchón con lo que, a partir de la segunda copita y como ya le había apeado el tratamiento y le había contado que mi marido era forofo de las Harleys, me dice:
-¿Quieres montar en una?
Yo, claro:
-Pues sí.
Me pilla de la cintura y me saca para afuera. Y yo ya había visto que la rubia de bote con la que había llegado me miraba de reojo y como queriendo arrancarme los ojos, pero ni caso.
Salimos frente al hotel, vamos hasta la moto y me dice:
-¿Quieres llevarla tú?
-Si yo no sé...
Me explica que si el embrague, que si la primera es abajo y las otras marchas arriba y me dice que tranquila, que me suba, que vamos hasta Manzanares y volvemos, y él, vigilando, de paquete.
Me subo, se sube él detrás de mí, me agarra y en esto que sale la rubia gritando:
-¡Dónde vais, que en esa moto no se monta más chochito que el mío!
Qué mujer más ordinaria, que le doy al gas y veo cómo se va volviendo pequeñita por el retrovisor. Y eso, que vamos hasta Manzanares, volvemos y seguimos con las botellas, que las teniamos a medias. De lo último que me acuerdo es de que me dio su número de móvil y yo el mío y quedamos que ya nos veríamos en la gran batalla. Bueno, sí, luego vino Rosario, que no sé de dónde salió, y me dijo que vámonos ya a dormir, señora Pilar.