martes, 12 de julio de 2011

Pajarracos en Méjico

Lo que contaba el otro día, que mi cuñado me pidió que me metiera en internet para ver si le conseguía una antena de radio lo suficientemente potente para poder hablar con una señora que está aprendiendo español y vive en uno de esos países del este de Europa que se han inventado hace poco. Yo ya le digo que no se fíe mucho de ella pero... Bueno, pues eso, que me meto en un foro de radioaficionados y un chico de Madrid me dice que tiene una antena telescópica de cuatro metros y que, aunque me la venda, no me la puede enviar porque no funcionan ni los servicios de mensajería ni los de correos, y es verdad, que en el pueblo hace días que no llegan ni las cartas de los bancos. Y me cuenta además que Madrid está hecho unos zorros, que el metro se ha convertido en un nido de todo tipo de monstruos y ni el ejército se atreve a entrar con tanques. O sea, más o menos lo que cuenta Rebeca de Bilbao.
Total, que le digo a mi cuñado lo que hay y, como está en un sinvivir con esa novia que se ha echado, se las ingenia yendo a la ferretería y comprando qué sé yo cuántos metros de tubitos de metal. Se sube al tejado con el soplete, se pone a soldar y le queda una antena de lo menos seis metros. Una vez puesta se va a hablar con el alcalde para pedirle permiso para instalarla según lo que se llama política de hechos consumados porque, claro, como es tan larga siempre puede salir un tonto neorrural de esos y decir que si rompemos el paisaje rústico. Le contamos al alcalde que, como ni la televisión ni la radio dicen nada de los ataques de los pájaros, la radio la queremos para ponernos en contacto con otros radioaficionados a ver si saben algo.
Y ayer estrenamos la antena: por la tarde dejamos solo a mi cuñado para que festejara a sus anchas con su novia bielorrusa o hercegovina o lo que sea y luego, después de cenar, como mi cuñado ya había acabado porque en esos países es una hora o dos antes y la señora ya se había acostado, nos pusimos Rosario y yo al aparato.
Seguimos las instrucciones que nos había dado mi cuñado y empezamos a girar despacio un botoncito, que es el que va buscando las frecuencias, a ver si oímos algo y así estuvimos más de diez minutos arriba y abajo preguntando también si alguien nos oía. Al cabo de esos diez minutos se oye una vocecita:
-¿Alguien me oye?
-Sí, nosotras, Pilar y Rosario, que estamos aquí.
-¿Dónde estáis?
-Pues aquí, en el pueblo.
-¿En qué pueblo, en qué país?
-Pues en España.
Y entonces me doy cuenta de que no era español porque hablaba parecido a como hablan las chicas que hacen la limpieza en las casas de Calatayud. Resulta que era un señor que estaba en Méjico.
Entonces nos cuenta que vive en un pueblo junto a un volcán y que el otro día empezaron a salir pajarracos -y tal como los describió eran igualicos que los de aquí- de dentro del volcán y atacaron todos los pueblos vecinos causando gran mortandad, que lo dijo así como si fuera un locutor de televisión. Y que como Méjico es un país de sálvese quien pueda, no podían contar con la ayuda de las autoridades y lo único que podían hacer era rezar a la virgen de Guadalupe.
Yo le expliqué que aquí también nos habían atacado los pájaros y cómo lo habíamos solventado con agua bendita pero que no toda el agua bendita sirve. Y así estuvimos hablando hasta que su señora lo llamó; y quedamos para esta noche a la misma hora en la misma frecuencia.
Y eso es lo que hay: y que en los blogs también me he enterado de todos los destrozos del norte. Ya digo que si Rebeca y Blanca con toda su tribu de novios, maridos y amantes se quieren venir por aquí de vacaciones...
Ah, y a Rebeca le doy la bienvenida al club de las abuelas.

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